domingo, 1 de enero de 2017

Chabolas en guerra


       En los últimos cuatro meses hemos tenido la oportunidad de prospectar la mayor parte de las posiciones defensivas de la Guerra Civil en La Serena, que en su mayoría se corresponden con trincheras, casi todas aisladas en el campo, donde hoy, ochenta años después del inicio de la Guerra, la tranquilidad allí es total, pudiendo pasar varios días sin encontrarte con nadie. Resulta muy curioso que ante tanta quietud, ante un paisaje tan espectacular como el de La Serena (en cualquier época, pero a nosotros además nos ha tocado en otoño, con lluvia, verdor y paridera), nuestro pensamiento, como investigadores del pasado, estuviese constantemente preguntándose cómo pudo ser la vida en estas trincheras bajo lo atmósfera terrible del conflicto.


            Y es que a menudo tendemos a imaginar el pasado como una instantánea fotográfica, y en el caso de la guerra aún más. Lejos de esa imagen fija, tenemos que pensar que esas trincheras responden a la aplastante lógica de la guerra, y por tanto, de la muerte, así que todo en ellas se construye atendiendo al concepto de utilidad vital. Aunque a simple vista las trincheras se pueden identificar con “simples” zanjas, su realidad arqueológica es mucho más compleja, con un diseño y organización del espacio destinados a resistir, minimizando al máximo posible el riesgo de los que habitan en ella, y maximizando el poder ofensivo de hombres y armas.

Soldados franquistas y a la derecha zona habilitada como refugio.  
Archivo Diario HOY.


       Pero para que la trinchera sea efectiva en términos de guerra, debe garantizar unos mínimos de comodidad, salubridad e higiene (mínimos, eso sí). Al margen de la organización interna y situación de los elementos de defensa, tales como pozos de tirador, nidos de ametralladora, refugios, puestos de observación, etc. y que trataremos en otra ocasión, queremos analizar en este caso la “arquitectura efímera” que debió generarse en torno a la vida en las trincheras, y que hoy sólo podemos reconocer a partir de los materiales arqueológicos que encontramos en ellas. En este sentido, es muy importante la necesidad que tiene toda sociedad humana (y en la trinchera también se establece una sociedad en miniatura) de “arquitecturizar” el espacio, una necesidad creciente cuanto más larga es la permanencia en ese espacio. Así, las trincheras sufren un proceso de “chabolización”, como ya ha apuntado nuestro colega Xurxo Ayán.

Es una arquitectura “de mínimos”, destinada a cubrir necesidades muy elementales en un contexto extremadamente hostil. Más allá de esa imagen estática hay que pensar en las semanas que una persona podía pasar metida en una zanja. Sabemos que numerosas posiciones de La Serena estuvieron activas durante muchos meses, en los que hizo frío y calor, llovió, etc.,  y en ese tiempo los habitantes de las trincheras necesitarían sombra y cobijo para aislarse de las inclemencias atmosféricas y para ello, la zanja fue dotándose de determinados elementos y servicios. De esta forma, en este proceso de “arquitecturización” se reutilizan elementos requisados de cortijos, casas y otras construcciones de los alrededores, como pueden ser vigas de madera y tablas, junto con tejas y ladrillos, con las que se ejecutarían cubiertas casi improvisadas para los puestos de mando, los nidos de ametralladora, los refugios,… De estos tejados no queda nada en pie, ya que la madera ha desaparecido, pero sí hemos encontrado fragmentos de teja árabe, restos de teja de amianto, clavos y puntas de las vigas. También debieron utilizarse puertas y ventanas, con usos múltiples, pero entendemos que principalmente para construir sombrajos y/o minimizar los efectos de la metralla; elementos de carpintería que también acabaron desapareciendo pero de los que ha sido posible recuperar algunos de sus componentes como cerrojos, escuadras, cristal de ventanas, etc. 



Clavo de viga y teja de amianto

Asimismo hay que tener en cuenta el hecho lógico de que una zanja tiende a inundarse cuando llueve, por lo que la evacuación del agua en una trinchera es algo esencial. En la práctica totalidad de posiciones prospectadas se han podido identificar desagües, y además en buen número, con profundidad y anchura suficientes para una evacuación pluvial correcta. En todo caso, en la salida del desagüe se disponían varias piedras que permitían la evacuación líquida pero impedían la entrada de proyectiles raseros o metralla. Aun así, la formación de barro cuando llovía debió ser inevitable.

Posición Cerro Dorado IV. Trinchera republicana inundada: después de casi 80 años de abandono, la trinchera está prácticamente intacta, pero el laboreo agrícola ha eliminado el sistema de desagües delantero, lo que provoca que la trinchera se inunde.

Y no nos olvidemos del tratamiento dado a los residuos de todo tipo, aunque arqueológicamente solo podamos reconocer una parte de ellos, algo muy útil a los arqueólogos, y es que como suele decirse, la basura es el negativo de una sociedad. En este caso, latas de conserva metálicas y fragmentos de botellas, principalmente de vinos y licores, son uno de los fósiles directores a la hora de prospectar los paisajes de la Guerra Civil. En muchas ocasiones los encontramos esparcidos por toda la posición, tanto en las trincheras como en las zonas de refugio, por lo que la acumulación de basura en el entorno debió ser considerable durante meses de guerra.

Lata de conserva

En suma, la visión ideal de soldados disparando perfectamente uniformados debe dejar paso a una imagen mucho más cruda y natural, como es la de un grupo humano con necesidades básicas que intenta paliarlas con los recursos mínimos de que dispone en su entorno, bajo condiciones de frío y calor extremos, con mucho barro y basura de por medio,  y en un contexto de guerra, una imagen no muy lejana de la de cualquier poblado de extrarradio, donde el objetivo primordial es resistir. Lo demás es secundario.





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